LAS CARAS DE BELMEZ
La historia de este fenómeno es bien conocida. O, para ser exactos, una parte de la historia: la aparición de las Caras, las “investigaciones” que sobre ellas han llevado a cabo parapsicólogos e investigadores de lo paranormal de toda España... También es conocida, aunque menos divulgada, la estupenda rentabilidad que se le sacó a aquel asunto: a raíz de las Caras Bélmez pasó de ser un pueblecito olvidado a ocupar titulares de prensa, abarrotarse de curiosos atraídos por aquel misterio y, por supuesto, beneficiarse de la inyección económica que supuso aquella ola de turismo paranormal. Y algún beneficio obtendrían también, sin duda, los más directamente implicados: aunque María Gómez no cobraba por entrar a la casa, tampoco se negaba a recibir “la voluntad”, y pocos eran los visitantes que no se llevaban de recuerdo alguna de las fotos de las Caras que vendía el fotógrafo del pueblo.
Pero lo que pocos recuerdan, o al menos pocos han querido recordar estos días, es lo poco que duró el misterio. Casi a los seis meses exactos de la aparición de la primera Cara el diario “Pueblo” publicaba los resultados de un análisis según el cual aquellos rostros habían sido pintados con nitrato y cloruro de plata.
El truco, muy ingenioso, consistía en que estas sustancias reaccionan a la luz, de modo que los retratos no eran visibles hasta algún tiempo después de haber sido pintados, y se aparecían poco a poco ante los ojos, sin que aparentemente hubiese intervenido ninguna mano humana en el proceso.Como suele ocurrir en estos casos, la explicación fue rechazada. Había muchos intereses en juego, y en especial los de los investigadores de lo paranormal: un misterio que deja de serlo pierde su atractivo para el público y, claro, deja de ser una mercancía con la que puedan seguir trapicheando quienes se dedican precisamente a vender sucesos inexplicables.
De modo que no tardaron en pasar al contraataque. Por ejemplo, mediante el “contraanálisis” químico realizado a las Caras.
Que, por supuesto, no tenían doña María o su marido. Y es que, por supuesto, también salió a relucir otro de los típicos “argumentos” con los que los partidarios del misterio intentan desechar la posibilidad de un fraude. Cada vez que alguien duda de un avistamiento ovni, una aparición fantasmal o cualquier otro fenómeno paranormal, los “misteriólogos” se dedican a poner verdes a los testigos, haciendo notar que son personas de escasa instrucción, nula imaginación y, en fin, incapaces de urdir una historia falsa o un fraude, no ya por su innata honradez, sino porque los pobres no dan tanto de sí. En este caso abundan los comentarios de este estilo, que tildan a María Gómez de mujer semianalfabeta, sin educación, simple... sin suficientes luces para montar un engaño, vaya. Y, especialmente, sin los conocimientos necesarios para inventar el truquito de las sales de plata.
Y esto último es probablemente cierto, pero de nuevo resulta un argumento cuanto menos flojo, si tenemos en cuenta que doña María no era la única persona relacionada con las Caras. No debemos olvidar al fotógrafo del pueblo, aquel que vendía fotos a los turistas y que, evidentemente, sí que estaría familiarizado con las propiedades de las sales de plata. Resulta imposible, por supuesto, señalarle como directo responsable de la aparición de las Caras, pero la coincidencia resulta cuanto menos significativa, si tenemos en cuenta que tras su muerte el fenómeno sufrió una importante transformación estética.
Y es que la comparación entre las Caras de los años setenta y las de los años ochenta y posteriores no deja lugar a dudas: la mano que las pintaba cambió. Aunque teniendo en cuenta que los “misteriólogos” insisten en que el fenómeno no es obra de ninguna mano humana, quizá habría que decir que el ente sobrenatural, ectoplásmico y paranormal que las pintaba cambió.
Porque el cambio de estilo de las Caras es notable. Los primeros rostros mostraban una factura más que aceptable, con una gran expresividad y una técnica que, si bien no perfecta, era al menos bastante buena. Los que surgieron más tarde, en cambio, son mucho más simples, más infantiles.
Probablemente este hecho contribuyó a que la popularidad de las Caras de Bélmez fuera decayendo. No fue el único, claro: la novedad del “misterio” había pasado, y ni siquiera las sensacionales apariciones de rostros conocidos (como los de Franco o Isabel Preysler) pudieron reavivar el interés de un público que sencillamente se estaba aburriendo con aquello. Y tampoco contribuían mucho las “investigaciones” de los vendedores de misterios: las grabaciones de psicofonías, las sesiones de contacto con los espíritus y demás parafernalia sólo sirvieron para sacar a la luz teorías cada vez más descabelladas, como la que vinculaba las Caras con el cementerio sobre el que dicen que se edificó la casa, o la que asegura que son los rostros de la madre y las hermanas de María Gómez, o la que las relaciona, en fin, con los muertos en el combate del Santuario de la Cabeza, en la Guerra Civil.
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